La Olla de Oro
Hace mucho tiempo, allá vivía un hombre viejo que tenía tres hijos. El hombre viejo era muy trabajador y cultivaba su tierra desde la mañana hasta la noche. Desafortunadamente, los tres hijos no seguían los pasos del padre. A pesar de que eran niños fuertes y sanos, ellos eran muy perezosos y no les gustaba hacer nada de nada.
Mientras el padre trabajaba en las tierras, en el jardín y en la casa todo el día, sus hijos se sentaban a la sombra de los árboles y conversaban o pescaban mientras observaban a su padre trabajar asiduamente.
“¿Por qué nunca ayudan a su padre?” preguntaban sus vecinos.
“¿¡Por qué deberíamos!?” contestaban los hijos. “Nuestro padre cuida muy bien de nosotros y puede hacer el trabajo muy bien por si mismo.”
Y así continuaron año tras año. A medida que los hijos crecieron y se transformaron en hombres jóvenes, su padre se fue haciendo viejo, y ya no podía trabajar en las tierras tan duro como lo hacía antes. El jardín alrededor de su casa creció salvaje y las tierras ya estaban llenas de malezas. Los hijos vieron que esto estaba ocurriendo, pero todavía eran tan perezosos que no hicieron nada al respecto.
“¿Por qué se sientan ahí, hijos míos, sin hacer nada durante todo el día?” les preguntó su padre. Yo he trabajado muy duro por muchos años, y ahora les ha llegado su turno para hacerse cargo de las tareas.”
Pero, sin importar lo que les dijera el padre, los hijos seguían sentados todo el día, sin hacer nada. El hombre viejo estaba tan preocupado por la pereza de sus hijos que se enfermó y se fue a su cama.
Con el padre imposibilitado para hacer los trabajos en la tierra, las ortigas y los arbustos crecieron tan inmensos alrededor de la casa que los vecinos ya casi no la podían ver.
Finalmente llegó el día en que el hombre viejo llamó a sus hijos al lado de su cama. “Ha llegado el momento para que yo me vaya, hijos míos,” les dijo él. “¿Cómo van a vivir sin mí,siendo tan haraganes como lo son ustedes?”
Los hijos estaban muy perturbados. “Entréganos tu último consejo,“ le rogó el mayor. “¡Dínos qué es lo que debemos hacer!”
“¡Muy bien!” contestó el padre. “Yo les voy a contar un secreto. Ustedes saben que su madre y yo hemos trabajado muy duro por muchos años. Hemos ahorrado de a poquito, hasta que finalmente pudimos llenar una olla con el oro que fuimos ganando. Yo enterré esa olla cerca de la casa, pero no me puedo acordar exactamente dónde. Si es que ustedes pueden encontrarla, serán muy ricos, y nunca más volverán a necesitar nada.”
Después de esto, el padre le dijo adiós a sus hijos y se durmió por última vez.
Los hijos sufrieron y velaron a su padre por muchos días.
Finalmente llegó un día cuando el hijo mayor dijo, “Hermanos míos, la verdad es que somos muy pobres. Ni siquiera tenemos suficiente dinero para comprar una hogaza de pan. Hagamos lo que nos dijo nuestro padre, y cavemos hasta encontrar la olla con el oro.”
Los hijos sacaron palas y azadas. Ellos cavaron durante todo el día, desde la mañana hasta la noche, sin siquiera detenerse para comer o descansar. Pero ellos no pudieron encontrar la olla de oro. Así es que cavaron toda la tierra que rodeaba su pequeña choza, pero de todas formas no encontraron nada.
“Sigamos cavando, hermanos, “ dijo el menor. “Tal vez nuestro padre enterró el oro muy profundo.”
De esta forma, los hermanos continuaron cavando la tierra más profundamente. Finalmente la pala del hermano mayor golpeó con algo sólido. El gritó con alegría y llamó a sus hermanos para que se acercaran. Pero lo que sacaron sólo se trataba de una piedra muy grande, y no la olla con el oro que estaban buscando.
“¿Qué vamos a hacer con esta piedra tan grande?” preguntó el menor. “ Es demasiado grande para dejarla aquí. Llevémosla lejos y la tiramos en la arroyada.”
Los hermanos, trabajando juntos, lograron levantar la pesada piedra. La acarrearon a través de los campos y la llevaron a la arroyada, donde la dejaron.
Los hermanos regresaron a su choza y continuaron cavando. Ellos cavaron durante días, hasta que ya habían cavado toda la tierra alrededor de su choza. La tierra debajo de sus palas ahora estaba muy blanda y rica, pero ellos todavía no tenían la olla con el oro.
“Bueno, ya que hemos cavado toda esta tierra, vamos a plantar algunas viñas aquí. ¡No nos sirve de nada dejar las cosas como están!” dijo el mayor.
Todos los hermanos estuvieron de acuerdo. Por lo menos no todas sus horas de trabajo estarían desperdiciadas. Así es que ellos plantaron muchas viñas en la tierra blanda y rica y las cuidaron mucho. Después de un corto tiempo, los hermanos tenían un gran viñedo, el cual les dio las uvas más grandes y más jugosas de todos los lugares
Los hermanos juntaron una cosecha muy rica. Ellos se quedaron con lo que necesitaban y vendieron el resto de las uvas con una ganancia.
“Después de todo, no fue en vano que hayamos cavado todo nuestro jardín. Ya que sí encontramos el tesoro del cual estaba hablando nuestro padre antes de morir,” murmuró el mayor.
Por el resto de los años, los hermanos tuvieron los mejores viñedos de toda la región, y ya nunca más necesitaron nada más.
Pensando en Esto
- Júntate con un amigo. Imagínate que tú eres el padre y que estás conversando con alguien acerca de tu plan para hacer que tus perezosos hijos trabajen. Escribe una obra de teatro acerca de esto. Actúa tu obra frente a la clase.
- Inventa un juego para niños más jóvenes acerca de cavar en el jardín. Podrías basar tu juego en Pato, Pato, Ganso, Madre, ¿puedo? O en otro juego que tú sepas. Enséñale tu juego a una clase de alumnos más jóvenes.
- Haz un dibujo de la forma en que la casa y las tierras se veían a las pocas semanas después de que murió el padre. Luego haz un dibujo de la forma en que la casa y las tierras se veían luego de que los hermanos trabajaron juntos. Prepárate para explicar por qué los dibujos son tan distintos.